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Hay una sola decisión que hacemos todos los días: ¿me siento segura? ¿estoy fuera de peligro? El dolor, la ansiedad y la depresión, tienen su raíz en la sensación de no sentirnos seguras. Todo el mundo, en algún momento de la vida sufre episodios de estrés en mayor o menor grado. Estos pueden ser físicos: la caída de una bicicleta, un esfuerzo desmesurado, un accidente, o psicológicos: un enfado, una separación, conflictos en las relaciones, un cambio de trabajo, visionar algo impactante (anticipación), la muerte de un familiar, etc. Es el cuerpo quien primero percibe la experiencia que le toca vivir. Si la experiencia es positiva y alegre, la incorporamos y la compartimos, pero si la experiencia es angustiosa, frustrante, tensa, triste, traumática, estresante o nos causa dolor, activamos reflejos de protección (de huida, lucha o disociación) como si estuviéramos huyendo de un tigre. La buena noticia es que podemos apagar o desconectar esos reflejos protectores y volver a conectar con el cuerpo en un ambiente seguro que le permita liberar esos patrones de tensión y recuperar la sensación de bienestar.